Esta semana ha sido de auténtica locura por el bombardeo mediático. Se han sucedido una serie de acontecimientos que han expuesto los graves fallos de la cosmovisión defendida por los grandes medios de comunicación, pues en la que debería haber sido su semana grande de exaltación feminista, tras la “exitosa” huelga, y su manifestación fuera de horario laboral, se encontraron con que finalmente saltó a la palestra la resolución del caso que había tenido a la sociedad española en vilo, la desaparición del pequeño Gabriel.
Según se iban conociendo los detalles, las redacciones de los principales medios de comunicación palidecían, pues todo indicaba a que la responsable había sido una mujer, inmigrante y negra, y la investigación revelaba detalles escabrosos del asesinato, que no se pueden definir sino como fruto de la más pura maldad y psicopatía. Tras meses vendiendo la idea de que la violencia y la maldad se encuentran intrínsecamente ligadas al ADN de la masculinidad, como bien nos decía la alcaldesa de Madrid, Manuela Carmena, la antítesis hecha carne salta a la palestra, tirando por tierra los mantras tan cuidadosamente preparados durante todos estos meses de bombardeo mediático.
Quizá habría sido un buen momento para hacer autocrítica, pero el sectarismo ofusca la razón, y decidieron, como no, huir hacia adelante en dos frentes. Por un lado, sugiriendo que quizá la asesina fuese sólo un medio, una víctima utilizada por el verdadero autor intelectual, dejando caer, que podría haber sido el padre. Por otro lado, lanzando una campaña de victimización de la asesina por su condición de mujer y negra, tachando de machistas y racistas a todo el que osase insultarla. Todo ello, como se puede entender, sin el menor reparo moral, ni guardar el más mínimo respeto por la verdadera víctima, Gabriel, ni su familia.