Cuando los ‘progres’ se equivocan al pensar que acoger inmigrantes te hace mejor persona

Hay ya muchas personas dedicadas a comentar qué implicaciones tiene que España haya acogido el Aquarius, y creo que todo lector estará cansado de escuchar y leer sobre lo buena que es la población española, lo dañada que estaba la vida de los nuevos refugiados y lo mucho que los hemos ayudado, sobre el posible efecto llamada y, en definitiva, todos los argumentos políticos que se han esgrimido estos días con mayor o menor éxito. Por tanto, me apetece comentar, como español que se considera enormemente solidario, mi negativa a sentirme mejor persona, o a pensar que mi país es mejor, por el hecho de haber acogido a 629 inmigrantes a bordo de un barco.

Siempre he pensado que ser solidario tenía mucho que ver con utilizar tus recursos de la forma más justa y adecuada posible. Quien roba a los ricos para dárselo a los pobres no es una persona solidaria, bajo mi punto de vista, por poner un ejemplo que todos podemos entender. Por ende, me parece ridículo considerarme parte de una sociedad solidaria, siendo que, de los cuarenta y cinco millones de personas que somos, dos mil y pico han sido las voluntarias y el dinero que se está utilizando ha salido del bolsillo del conjunto de los españoles, entre los cuales hay muchos que, seguramente, voluntariamente no hubiesen dado ni un euro. La amabilidad no financia proyectos y, aunque seguro que buena parte de España se siente contenta de que seiscientas personas se hayan salvado de sufrir las inclemencias del mar, al menos por un tiempo, lo cierto es que los comentarios de Facebook no ponen el dinero.

Realmente, lo que más preocupa a quienes están en contra de la llegada del Aquarius no es, seguro, que se les dé comida y refugio a unas personas durante un corto período de tiempo. Lo que más temen es el posible aumento de la conflictividad y el choque cultural cuando una parte de los demandantes de asilo se deban integrar en la sociedad española. No quiero ser agorero ni pretendo ser injusto con las personas que escapan de la tristeza y la desolación, pero poca duda cabe de que su destino no serán los barrios más ricos de las grandes ciudades, sino que, como suele ocurrir con la inmigración económica que todos conocemos, los que se queden se integrarán como buenamente puedan en los barrios de la clase obrera, en un clima de tensión que todos sabemos que es caldo de cultivo para la intolerancia.

Lo único que produce esta política es incomodidad en una ciudadanía que, con razón o no, se siente discriminada por una clase dirigente que, de entre todos los habitantes de las zonas pobres de este país -pues en los barrios pobres hay españoles y extranjeros-, parecen tener, bajo su punto de vista, mucho más interés en quedar bien con los que vienen de fuera que en centrarse en ayudar a quienes llevan allí toda la vida. Reitero que, sea esto cierto o no, la ciudadanía parece percibirlo de esta manera, y solo esto sería ya un buen motivo para plantearnos si, en realidad, este esfuerzo por lograr la cuadratura del círculo vale realmente la pena.

La realidad es que, sin necesidad de la solidaridad compartida, el capitalismo ya está consiguiendo acabar con la pobreza a nivel mundial. La pobreza extrema no hace más que disminuir año a año, y lleva haciéndolo varias décadas. Nadie puede negar el desequilibrio que existe entre los pobres -siendo generosos, algo así como mil millones de personas- y los ricos, pero no se puede solucionar trayéndolos a países como España. En toda la Unión Europea viven 500 millones de personas, mientras 700 millones viven en la pobreza extrema. Simplemente, no podemos hacernos cargo de ellos aquí. Es absolutamente imposible. Hay 700 millones de personas que tendrían toda la razón del mundo si intentasen huir de la pobreza extrema, seres humanos que, seguro, desearían coger un barco y venir a la Unión Europea. ¿Dónde podemos hacernos cargo de ellos? La respuesta está en la vida real. Nos podemos hacer cargo donde nos estamos haciendo cargo, en el terreno, en sus países, a través del libre comercio y de una indudable capacidad de trabajo de la gente pobre, que verá los resultados de su esfuerzo a largo plazo.

En definitiva, me parece perfecto que nos sintamos orgullosos de ayudar a los demás, pero creo que nos engañamos si creemos que soluciones simples pueden servir para problemas tan complejos. El ritmo natural de los acontecimientos ya está mejorando la vida de las personas más pobres. Acoger a cincuenta, cien o mil personas no es otra cosa que cosmética que no hace daño a -casi- nadie y es honrada y, seguramente, bienintencionada, pero cosmética al fin y al cabo.

Soy el autor de este texto, Pablo López, y me encantaría ofrecerte otro tipo de textos escritos por mí en mi sitio web, http://lopezpastor.com

Redacción CasoAislado
Un medio libre que trata la actualidad que otros medios ocultan. Informamos de la cuestión migratoria, de la actualidad política y de ciertos delitos que muchos prefieren silenciar.

2 COMENTARIOS

  1. «progres» que viven agilipollados, anestesiados, todo se la pela, viven en una burbuja de protección y jamás han experimentado un peligro real (maltrato, asesinato de familiares, miseria, etc). Y que encima van dando lecciones de moral y haciendo «justicia social» desde el teclado o con Likes en RRSS.
    Luego hay casos aparte como el del político que perdió a su hija por un «refugee» y sigue opinando que hay que ser tolerantes, que somos unos xenófobos y blablabla. Estos ya son casos de gilipollez suprema y para internarlos en una unidad de salud mental.

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